viernes, 18 de febrero de 2011

RABIA

Atraviesa el pórtico
bate alas en mi estómago
lo ahoga y atraviesa
y comprime la sien
duele en la frente.
Por encima de los ojos punza
y vuelve espumarajo la boca.
Duele piernas y costillas
rodillas y hombros
agrieta la cintura
estruja el corazón
luego se marcha.
Ajado retorno al vientre,
desordenada cama.
Encojo el cuerpo ínfimo
estrujando pecho con piernas,
así no duele tanto.
Árido sobrevivo la estocada. 
MARIO A. ALONSO

LUZ DE LUNA

No todo es luz de luna,
no toda luz es luna.
Sino crees pregúntale a la mariposa
que busca libertad y estrella el cuerpo frágil
contra la ardiente lámpara.
Una y otra vez contra la flama porfía equivocada
quemándose las alas lentamente. 
MARIO A. ALONSO

UNA COPLA

He caminado la sierra
detrás de mi alma, penando
ojala que no la encuentre
y poder seguir andando.

Allá lejos va l`almita
puedo ver su resplandor
ai de ser que va encendida
persiguiendo algún amor

L`ei dejao la rienda suelta
para que siga su estrella
no va ser que la sujete
y se muera de tristeza

Pena y pena almita loca
enamorada perpetua
allá adelante galopa
no la alcanzo ni aunque quiera

MARIO A. ALONSO

HISTORIA DE JUSTINO CUEVAS, EL HOMBRE QUE PERDIO EL CUERPO

En el último verano, Justino Cuevas descubrió que había perdido su cuerpo. 
El vivía colgado entre dos araucarias milenarias, justo encima del lugar donde pegan los cascotazos que pretenden bajar los piñones en la época en que ello ocurre.
Aquel lugar en el que construyó su morada no fue elegido al azar, fue precisamente por aquello de los cascotes, boleadoras y demás elementos contundentes que arrojan con precisión milimétrica las mujeres, hombres, niños, niñas, ancianas y ancianos de la zona para bajar aquellos frutos sagrados. 
Las propias araucarias ancianas le sugirieron el lugar exacto, nadie mejor que ellas saben donde las golpean todos los veranos a fines de febrero. De haberla construido un poquito más bajo hubiese pasado buena parte de los veranos reparándola.
Las dos viejas araucarias le habían dado el visto bueno para que se instalase, y Justino, había armado en aquel lugar una especie de nidito con ramitas y coirón. 
Justo en la entrada de la casa-nido colgaba un canta vientos que el propio Justino había elaborado con conchas del mar y piedritas de Chile que un zorrino viejo le había conseguido en uno de sus viajes al otro lado de las montañas.
El animalito cruzaba a Chile por los pasos bajos de la cordillera porque a él le gustaba el mar, y cuando volvía de aquel peregrinar y pasaba por la zona de Ruca Choroy donde viven la araucarias milenarias, trepaba hasta el nido de Justino y allí fumaban y charlaban durante días, hasta que aburridos ya los dos, el zorrino revolvía su maleta y le dejaba regalos que juntaba en el camino, vidrios de colores, puntas de flechas, costillas de pescado del puerto de Vallenar, dos pipas mapuce y varios cientos de amonites, trigonias y otros fósiles sin valor que cada tanto cargaba al equipaje. 
A Justino Cuevas le gustaba juntar porquerías, cosas viejas, sin otro valor que el que él mismo le otorgaba, cada cosa recogida era evaluada sentimentalmente y valuada de acuerdo a la cotización emotiva, Así, Cuevas las colocaba en tal o cual lugar, mas o menos a la vista de los ocasionales visitantes.
El asunto es que la casa-nido que de por si no era muy grande, estaba repleta de cosas extrañas, dos arañas secas guardadas en una caja de fósforos de cera, una estampita de San Guazuncho, el santo que protege a los guazunchos desvalidos de los cazadores furtivos y que algún visitante del norte dejó olvidada sobre una piedra, un vidrio de aumento, tres dientes de jabalí, uno de perro y varias calaveras de ratón colilargo, de esos que atemorizan a las sociedades cuado florecen los cañaverales.
Poco espacio quedaba en el recinto, apenas para que Justino durmiera arroladito.
Fue en ese lugar donde extravió el cuerpo Justino Cuevas, tanto juntar cosas, tanta practica para ocupar él mismo menos espacio, que un día de invierno aprendió por sus propios medios a desprenderse del envase del alma, que es lo que ocupa más lugar en una casa-nido. 
Así dormía entonces, el alma arrolladita en medio de viejas tijeras, herraduras, clavos torcidos, hilos de colores y escarabajos secos.
Fue en el último verano, que Justino despertó y ya no halló más su envase, que era su cuerpo, no le preocupó demasiado, la comodidad de andar por el mundo siendo puro alma le daba satisfacciones inesperadas. Viajaba gratis en los trenes, espiaba en los baños públicos, y además había descubierto la atracción que generaba en la féminas un hombre sin cuerpo, puramente almita.
Así anda esta tarde por acá, no solo porque lo siento, se que está porque cada vez que llega me lo hace saber dándome tironcitos en el pelo, porque nadie lo ve, solo se lo siente.
MARIO ANGEL ALONSO







EL LOBO SOLITARIO

Rompió a llorar el lobo solitario.
Sacudió al sol aullidos de delirio
y comenzó una canción mas blanca que la luna,
rodó a los cielos y vio su corazón tibio.
Suele pensar, 
solo, en las noches
que lo llevo a aceptarla,
pero su luz blanquea los sentidos,
y escribe la canción mas triste de su vida
ensaya un rock, un blues y luego aspira.
Sabrá volver a encontrar la ruta alguna vez.
Sabrá rodar a la tierra con la mente a oscuras.
Planteos de aflicción sin son y sin colores,
el brillo que le dio cambio por una vez los roles.
Y cuando no este podrá extrañarla
porque ella torció su corazón.
MARIO A. ALONSO

RECUERDO

Miro mis pies, mis manos,
imagino mi cara,
la melodía acompaña el pensamiento,
el viento con helada voz destartala las chapas.
El vino agasaja madrugadas,
uno a uno recuerdo sus rostros,
sus lejanas miradas,
los cuerpos amados escapados del tiempo,
las palabras sostenidas, 
amor, desencuentro,
sensaciones pasadas viven en la sangre, 
ocupan el momento.
Cuando miro mis pies, mis manos
Imagino sus caras.
MARIO A. ALONSO

ADIOS

Comienza la mañana,
el sol rehúsa calentar el valle,
un  frío triste encamina hacia el invierno,
se me antoja mas azul este otoño.
Melancólico sumo el seso en la nostalgia,
asomo al precipicio de la vida
que pesada y dura se ha hecho larga.
Oculto de la luz que hiere la pupila,
paro frente al portal que vio tu ausencia.
Rebusco el tuyo entre los rostros cansados.
El champán vive aun en la cabeza,
ahoga el sentido tu perfume 
que porfiado usurpa mi piel.
El azul profundo debajo del párpado
fastidia el recuerdo, 
no consigo olvidarte. 
MARIO A. ALONSO

TOLOSA

Llora el día,
    los ruidos de las gotas
        salpican el asfalto, golpean el alma,
            la gente escapa como pájaros,
se encierran,
    soportan melancolía.
        Giran los taxis asustados,
            los ruidos mas livianos se detienen,
tengo el paisaje en mis manos,
    una ciudad con trenes, plazas.
        Desde el frente miran las palomas,
            las estatuas siguen mojando sus cabezas,
no entienden porque, yo que puedo
    no escapo.
MARIO A. ALONSO

MIEDO

Con dedos diminutos repicando en el zinc
el temporal inicia la faena.
By liberathor
Arrecia el vendaval.
De cuando en cuando,
una ráfaga conmueve el descampado.
Como un animal, encogido,
ocupo un rincón en el lóbrego cubil.
Estoy solo.
Los fantasmas me invaden,
hieren mi mente fantásticas miradas.
Ahora la tormenta aturde,
suena como legiones que se acercan.
Trémula en el oscuro recinto
la mísera flama dibuja sombras inquietantes
mientras la noche devora
las últimas hilachas de pabilo.
Con póstumo estertor muere la luz,
falta espacio entre la piel y lo incógnito.
Cegadas las pupilas porfían la negrura,
un relámpago hiere la noche,
te presiento lejana.
MARIO A. ALONSO