jueves, 12 de enero de 2012

OLEO DE LOS AMANTES


OLEO DE LOS AMANTES
Mario A. Alonso
(óleo sobre cartón, 25x35 cm)
http://destellosinspiradores.blogspot.com/2011/05/los-dos-amantes.html 

El fondo quizá una nube recostándose sobre la penumbra de la tempestad.
Una maraña de sábanas revueltas sobre el recuadro marrón de una pared en el cuarto húmedo y desbaratado.
El ardiente fulgor rodea los cuerpos excitados. Piernas y cuerpos envueltos, mezclados en un abrazo, el beso atragantando las almas de pasión.
Los ojos de él están cerrados, imagino entornados también los de ella.
Ciegos, alucinados, hipnotizados, delirando.
¿Importa acaso si es nube de tormenta que se cierne sobre ambos amantes?
O el desorden de las telas, o el fuego y los colores ¿importan?
Nada interesa mas que la pasión, aunque una borrasca los moje o los ahogue un diluvio, o los calcine el fuego.
Ahora no importa nada; ni una lluvia, ni que el cosmos colapse.
Es el momento en que dos caben en uno.
Se pertenecen y el mundo no existe.


SON DESANGRADO
Silvio Rodriguez

Un corazón quiso saltar un pozo
confiado en la proeza de su sangre
y hoy se le escucha delirar de hambre
en el oscuro fondo de su gozo.

El corazón se ahogaba de ternura,
de ganas de vivir multiplicado
y hoy es un corazón tan mutilado
que ha conseguido morir de cordura.

Y es un desangrado son, corazón.

Hablo de un corazón que se defiende
de su vieja y usada maquinaria,
hablo de un parto en una funeraria,
hablo de un corazón que no comprende.

Hablo de un corazón tan estrujado,
tan pequeñín, tan pobre, tan quién sabe
que en su torrente casi todo cabe
sea real o sea imaginado.

Y es un desangrado son, corazón.

Al corazón le faltaba su oreja
y amaba distraído por la calle
estrangulando con pasión un talle
e incapaz de notar alguna queja.

El corazón de torpe primavera
hizo que le injertaran el oído
y tanta maldicion oyó que ha ido
a que le den de nuevo su sordera.

Y es un desangrado son, corazón.

CUANDO EN NOMBRE DEL PROGRESO SE ENTIERRA LA HISTORIA


CUANDO EN NOMBRE DEL PROGRESO SE ENTIERRA LA HISTORIA
MARIO A. ALONSO

Nací en Baigorrita en los sesentas, pero hace muchos años que vivo lejos del pueblo,  tantos años hace que lo extraño cada día un poco más.
De vez en cuando, cuando puedo y algunas veces cuando no puedo, me dejo llegar hasta sus calles y su gente, que siempre serán mis calles y mi gente.
Es entonces que vagabundeo nostálgico por sus rincones y sus esquinas resecas; por esas que alguna vez me dieron asilo, en ocasiones para jugar, en otras para ilustrarme, o para hacer el amor o ejercitar la conciencia de poder apostar al juego de crecer y transitar la vida.
Uno de esos cobijos, donde pasé tantísimas horas era el Correo Argentino.
En aquel lugar me formé de niño sobre el ahorro, más no desde el punto de vista de la especulación financiera o la acumulación de riquezas, sino desde la más profunda mirada solidaria que proponía el peronismo de los setenta.
Entrados aquellos setenta visitaba al Jefe Costa para que pegara las estampillas en mi libreta de ahorros, y aprovechaba de aquel magnífico ser humano asignaturas y anécdotas.
No puedo explicar el motivo, solo brindar someramente las emociones que provocaban en mi cabeza, cada uno de los mobiliarios que equipaban el lugar.
La arquitectura y su estructura edilicia de ladrillos a la vista que llevaban impresos de manera sutil el vínculo con las casas de mediados del siglo XIX de los pueblos de la provincia de Buenos Aires.
Sorteando la inmensa puerta de hierro de la entrada, uno se daba de bruces con un viejo mostrador que recordaba aquellos del ferrocarril, los de las películas del lejano oeste.
A la izquierda un tablero donde escribí mis primeras cartas de amor perfumando sobres, y un poco más allá las puertitas de las casillas postales, también de exquisita confección y noble madera, reservadas generalmente para quienes no vivían en el pueblo, quizá algún chacarero.
Los escritorios, las sillas, los útiles, todo daba cuentas de un ilustre pasado.
Había algo especial en aquel recinto que aún hasta los póstumos días me trasladaba a volar hacia el pasado, y era el aroma de su piso de madera de pinotea, mil veces repasado por un lampazo embebido en kerosene o gasoil. Esa fragancia que también inundaba el espacio en los colegios donde aprendí a ser “un hombre de pueblo”. Ese olor poseía la virtud de acarrear a mi mente las imágenes de mi más tierna infancia que por algún motivo casi habían caído en el olvido.
Así podía verlo al Jefe, a Poroto, a Leonardo Zabala, a la mujer del jefe y mamá de mi amigo Pepe y todo el deambular de la chusma del pueblo.
Hace un tiempo, demasiado para mi gusto, volví a verlo.
Una estructura actual, cuadrada, ordinaria, jactanciosa y vulgar. Un armazón que pretendía ser, por más moderna, más hermosa.
Hace poco volví a ver al correo de mi infancia y ya no era. Así comprendí como en nombre del progreso se mata y entierra la historia de mi pueblo. 



EN LA VISPERA


EN LA VISPERA
Mario Ángel Alonso

Ahí estaba quieto yo, justo detrás de mi cuerpo y un poco más allá la punta de mi nariz.
Andaba en esas cuando advertí mi reclusión.
Inmerso en la negrura de aquellas tablas descubrí que la morada que antes ocupara no era otra cosa que un bulto imperfecto que olía a carne en mal estado.
Unas moscas desovaban  en el hueco de mis orejas arreglando con paciencia los racimos, disponiéndolos delicadamente ocasionalmente aquí o allá.
Después de unos días las moscas murieron y sus larvas la emprendieron con aquel envase maloliente; a devorar mis despojos lentamente. Durante meses se llevaron los pedazos de cuero y carne y órganos.
Una tarde almorzaron mi corazón.
Llegó entonces tu imagen.
Adiviné que ni la muerte se tragará tu presencia.