viernes, 12 de abril de 2013

REPASO - Víctor Choque (12/04/1995) - Teresa Rodríguez (12/04/1997)

REPASO
Víctor Choque (12/04/1995) - Teresa Rodríguez (12/04/1997)
Mario A. Alonso
Esta imagen tiene dueño. Yo no se quien es, asi que con su permiso.


El 12 de abril de 1995 la policía de Ushuaia asesinó a Víctor Choque. Una bala de plomo destrozó su cráneo durante las manifestaciones provocadas por la ola de despidos y cierres de fábricas en Tierra del Fuego.
El gobernador era José Arturo Estabillo, hoy trabaja para el gobierno nacional.
Es el actual presidente del Fondo Fiduciario de Infraestructura Regional


El 12 de abril de 1997 la policía de Neuquén, con el aval político del partido que aún gobierna esta provincia y quienes gobernaban la nación asesinaron a Teresa Rodríguez que cruzaba una manifestación de maestr@s camino a su trabajo.


La inmensa mayoría de los responsables de estos crímenes siguen ocupando importantes espacios en el Poder político de los partidos que hoy nos gobiernan en Argentina.


Compañer@s desenterremos a nuestros muertos de tanto en tanto para evocarlos, porque algún sicario del Estado criminal en el que vivimos volverá a matarnos, como a Carlos Fuentealba el 4 de abril de 2007 o a Mariano Ferreyra el 20 de octubre de 2010.


“La inmunda sociedad barre la memoria; borra los recuerdos, los amontona en el pozo del fondo de un rancho mugriento y frío. 
Camina enclenque, retorcida, tropezando en su propia inmundicia, llena de la mierda que durante años decidió acumular en su culo flojo. 
Con dos o tres de los pocos dientes que le quedan mastica un pedazo de pan duro y de reojo mira la vieja calcomanía del escudito de la provincia estampada en el vidrio de la ventana con las letras MPN estiradas desde el norte hasta el sur de Neuquén.
Sonríe. 
Por el boquete de entre dientes asoman los gusanos que lleva adentro”

miércoles, 10 de abril de 2013

Fragmento del libro "Los Cantos de Maldoror" por el Conde de Lautréamont

CANTO SEGUNDO (Fragmento)
Isidore Ducasse (Montevideo 4 de abril1846 - 24 de noviembre en Montmartre, París)




De pie sobre la roca, mientras el huracán azotaba mis cabellos y mi manto, yo expiaba extasiado esa fuerza de la tempestad, encarnizándose con un navío, bajo un cielo sin estrellas. Seguí, con actitud triunfante, todas las peripecias de ese drama, desde el instante en que el barco echó anclas hasta el instante en que se hundió, hábito fatal que arrastró hacia las entrañas del mar a todos aquellos a quienes revestía como un manto. Pero se acercaba el instante en que yo mismo tenía que mezclarme como actor en aquellas escenas de la naturaleza trastornada. Cuando el lugar donde el barco había sostenido el combate mostró claramente que éste había ido a pasar el resto de sus días en el piso bajo del mar, entonces, una parte de los que habían sido arrastrados por las olas reaparecieron en la superficie. Disputaban cuerpo a cuerpo, dos a dos, tres a tres; era el medio de no salvar su vi-da, pues sus movimientos se hacían embarazosos y se iban al fondo como cántaros agujereados... ¿Qué es ese ejército de monstruos marinos que hiende las olas raudamente? Son seis, sus aletas son vigorosas, y se abren paso a través de las olas embravecidas. Con todos esos seres humanos, que mueven los cuatro miembros de ese continente tan poco estable, los tiburones hacen muy pronto una tortilla sin huevos, y se la reparten de acuerdo con la ley del más fuerte. La sangre se mezcla con las aguas y las aguas se mezclan con la sangre. Sus ojos feroces iluminan suficientemente el escenario de la carnicería... Pero, ¿qué es ese tumulto de las aguas, allá lejos, en el horizonte? Se diría una tromba que se acerca. ¡Qué golpes de remo! Percibo lo que es: una enorme hembra de tiburones que viene a tomar parte del pastel de hígado de pato y a comer el cocido frío. Llega furiosa, pues está hambrienta. Se entabla una lucha entre ella y los tiburones entonces, se disputan algunos miembros palpitantes que flotan por aquí y por allá, en silencio, sobre la superficie de la crema roja. A derecha e izquierda, lanza dentelladas que producen heridas mortales. Pero tres tiburones vivos le rodean y ella se ve obligada a girar en todos los sentidos para hacer fracasar su maniobra. Con creciente emoción, hasta entonces desconocida, el espectador, situado en la orilla, sigue esa batalla naval de nuevo género. Tiene la mirada clavada sobre esa valerosa hembra de tiburón, de dientes tan fuertes. No vacila más, se echa la escopeta al hombro, y, con su habitual destreza, aloja la segunda bala en las agallas de un tiburón, en el momento en que se mostraba por encima de una ola. Quedan dos tiburones que dan testimonio de un encarnizamiento mayor. Desde lo alto de la roca, el hombre de la saliva salobre se arroja al mar y nada hacia la alfombra agradablemente coloreada, sosteniendo en la mano ese cuchillo de acero que no le abandona jamás. Desde ahora, cada tiburón tiene que habérselas con un enemigo. Avanza hacia su adversario cansado, y, sin apresurarse, le hunde en el vientre la afilada hoja. La móvil ciudadela se desembaraza fácilmente del último adversario... Se encuentran cara a cara el nadador y la hembra del tiburón salvada por él. Se miran a los ojos durante unos minutos, y cada uno se asombra de encontrar tanta ferocidad en la mirada del otro. Dan vueltas en redondo nadando, sin perderse de vista, diciéndose para sí: «He estado engañado hasta ahora; he aquí uno que me gana en maldad». Entonces, de común acuerdo, entre dos aguas, se deslizaron uno hacia el otro, con mucha admiración, la hembra de tiburón separando las aguas con sus aletas, Maldoror agitando las olas con sús brazos, y retuvieron su aliento con una veneración profunda, cada uno deseoso de contemplar, por primera vez, su vivo retrato. Cuando estaban a tres metros de distancia, súbitamente, cayeron el uno sobre el otro, como dos amantes, y se abrazaron con dignidad y reconocimiento, un abrazo tan tierno como el de un hermano o una hermana. Los deseos carnales siguieron de cerca a esa demostración de amistad. Dos muslos nerviosos se unieron estrechamente a la piel viscosa del monstruo como dos sanguijuelas, y con los brazos y las aletas entrelazadas alrededor del cuerpo del objeto amado, al que rodeaban con amor, mientras sus gargantas y sus pechos no formaban más que una masa glauca con las exhalaciones de las algas, en medio de la tempestad que continuaba haciendo estragos, a la luz de los relámpagos, teniendo por lecho nupcial las olas espumosas, llevados por una corriente submarina como en una cuna, y rodando sobre sí mismos hacia las profundidades desconocidas del abismo, ¡se unieron en una cópula larga, casta y horrible!... ¡Por fin acababa de encontrar a alguien que se asemejara!

¡Desde ahora ya no estaría solo en la vida!... ¡Ella tenía las mismas ideas que yo!... ¡Estaba frente a mi primer amor!


FRAGMENTO DE “Les chants du Maldoror” Par le Comte de Lautréamont