lunes, 7 de abril de 2014

UNA VIDA DE BARRO

UNA VIDA DE BARRO

Mario A. Alonso


Ese día me desperté, tendría cuatro o cinco años. 
Algunas veces, no se porque, me seguía meando en la cama; debe haber sido el frío o vaya a saber que, no me aguantaba.
Esa mañana me levanté despacito para no despertar a mi hermanita la Yoli y a la Mirta, que dormían una de cada lado de mi cama.
Mi mamá ya estaba en la cocina, elegía verduras de una bolsa que buscaba y traía del vertedero del hiper; las lavaba y las echaba a la olla enhollinada que hervía en el fogón.

Afuera seguía lloviendo y los perros se amontonaban en la puerta queriendo entrar a la casilla, entonces mamá les tiraba con tomates podridos y salían a mojarse.
Ese día no había fideos, tampoco arroz, hasta que llegó el Licho que es mi hermano mayor y trajo un poco de plata y compramos arroz, vino y unos sobres de jugo. 

No se de donde sacaba la plata el Licho, porque siempre buscaba trabajo pero nunca le daban. 
Yo escuchaba todo, descalzo en el piso de tierra húmeda.
A veces, no se si por el frío o porque, me meaba encima, y mi vieja me cagaba a palos, pero no era por mala, era porque yo ya era grande para mearme encima, pero viste como es el frío y esas cosas, ¿no?.
Mi viejo apoliyaba en la otra cama, todavía estaba en pedo me parece. 
El también buscó trabajo mucho tiempo, pero no le daban porque había estado "en la tumba"… cosa de borrachos. Se pelearon con Garín, el de la isla, y esa vez ganó mi papá. Garín se murió a los dos o tres días, cosa de borrachos ¿viste?.

El asunto es que ese día, hace como doce o trece años, yo ya supe que no iba a conseguir trabajo y que igual tendría que traer un poco de plata a la casa, porque como nos decía mi vieja - ¡miren que el Licho no es eterno eh!.