LITURGIA
SANA DE DOMINGO
Mario A. Alonso
El serrucho ha dejado de serlo para convertirse en un
pez de carne compacta y acerada, con afilados dientes que amagan clavarse en la
naranja que llevo por corazón.
Más no me amilano y extraigo de entre ceja y ceja un
reluciente pétalo de narciso que va a hundirse en su único ojo ciego.
Sangra chorreando colores brillantes en el penúltimo
estribo de la estantería.
Ahora se retuerce y el ruido desafinado de su larga
espina lastima la nariz que a gotas llora la escasez de colores.
Es el final, moribundo se arrastra, la oreja rota y
el óxido no hacen juego con la alegría.