viernes, 18 de febrero de 2011

HISTORIA DE JUSTINO CUEVAS, EL HOMBRE QUE PERDIO EL CUERPO

En el último verano, Justino Cuevas descubrió que había perdido su cuerpo. 
El vivía colgado entre dos araucarias milenarias, justo encima del lugar donde pegan los cascotazos que pretenden bajar los piñones en la época en que ello ocurre.
Aquel lugar en el que construyó su morada no fue elegido al azar, fue precisamente por aquello de los cascotes, boleadoras y demás elementos contundentes que arrojan con precisión milimétrica las mujeres, hombres, niños, niñas, ancianas y ancianos de la zona para bajar aquellos frutos sagrados. 
Las propias araucarias ancianas le sugirieron el lugar exacto, nadie mejor que ellas saben donde las golpean todos los veranos a fines de febrero. De haberla construido un poquito más bajo hubiese pasado buena parte de los veranos reparándola.
Las dos viejas araucarias le habían dado el visto bueno para que se instalase, y Justino, había armado en aquel lugar una especie de nidito con ramitas y coirón. 
Justo en la entrada de la casa-nido colgaba un canta vientos que el propio Justino había elaborado con conchas del mar y piedritas de Chile que un zorrino viejo le había conseguido en uno de sus viajes al otro lado de las montañas.
El animalito cruzaba a Chile por los pasos bajos de la cordillera porque a él le gustaba el mar, y cuando volvía de aquel peregrinar y pasaba por la zona de Ruca Choroy donde viven la araucarias milenarias, trepaba hasta el nido de Justino y allí fumaban y charlaban durante días, hasta que aburridos ya los dos, el zorrino revolvía su maleta y le dejaba regalos que juntaba en el camino, vidrios de colores, puntas de flechas, costillas de pescado del puerto de Vallenar, dos pipas mapuce y varios cientos de amonites, trigonias y otros fósiles sin valor que cada tanto cargaba al equipaje. 
A Justino Cuevas le gustaba juntar porquerías, cosas viejas, sin otro valor que el que él mismo le otorgaba, cada cosa recogida era evaluada sentimentalmente y valuada de acuerdo a la cotización emotiva, Así, Cuevas las colocaba en tal o cual lugar, mas o menos a la vista de los ocasionales visitantes.
El asunto es que la casa-nido que de por si no era muy grande, estaba repleta de cosas extrañas, dos arañas secas guardadas en una caja de fósforos de cera, una estampita de San Guazuncho, el santo que protege a los guazunchos desvalidos de los cazadores furtivos y que algún visitante del norte dejó olvidada sobre una piedra, un vidrio de aumento, tres dientes de jabalí, uno de perro y varias calaveras de ratón colilargo, de esos que atemorizan a las sociedades cuado florecen los cañaverales.
Poco espacio quedaba en el recinto, apenas para que Justino durmiera arroladito.
Fue en ese lugar donde extravió el cuerpo Justino Cuevas, tanto juntar cosas, tanta practica para ocupar él mismo menos espacio, que un día de invierno aprendió por sus propios medios a desprenderse del envase del alma, que es lo que ocupa más lugar en una casa-nido. 
Así dormía entonces, el alma arrolladita en medio de viejas tijeras, herraduras, clavos torcidos, hilos de colores y escarabajos secos.
Fue en el último verano, que Justino despertó y ya no halló más su envase, que era su cuerpo, no le preocupó demasiado, la comodidad de andar por el mundo siendo puro alma le daba satisfacciones inesperadas. Viajaba gratis en los trenes, espiaba en los baños públicos, y además había descubierto la atracción que generaba en la féminas un hombre sin cuerpo, puramente almita.
Así anda esta tarde por acá, no solo porque lo siento, se que está porque cada vez que llega me lo hace saber dándome tironcitos en el pelo, porque nadie lo ve, solo se lo siente.
MARIO ANGEL ALONSO







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