domingo, 27 de noviembre de 2011

PEDRO

PEDRO
Mario Angel Alonso

Camina lentamente arrastrando los pies; las viejas alpargatas con que los cubre producen un rítmico sonido al rozar el yute de la suela con la vereda áspera de mosaicos. 
Avanza mirando el horizonte, la vista perdida, como en sueños, pero va seguro. 
Pasa al lado del grueso tronco del fresno europeo, casi rozándolo, y va a sentarse en el cordón de la vereda. 
El borde está más alto que la calle, las piernas le cuelgan y apenas tocan la tierra húmeda de lluvia de verano. 
Los ojos del viejo se anegan de tierra mojada. Cada pequeña hondonada, cada ondulación, cada fragmento de arena le representan una imagen, las mismas que ve cuando camina mirando lejos. 
Pedro está sentando al cordón de la vereda de mi casa. 
Con una ramita dibuja garabatos que no entiendo. 
Parece que no me ve. Ensimismado en su tarea dibuja y silba una vieja melodía. 
A veces borra el esbozo con la misma punta que antes dibujaba, y corrige la forma que sigo sin distinguir. 
Unos pocos cabellos blancos escapan a la gorra que cubre su calvicie. 
Algunas mariposas le vuelan cerca y de vez en cuando detienen su vuelo cerca de la punta de la rama, sin temor. 
Dicen que Pedro está loco, pero las mariposas no le temen y yo tampoco. 
A veces el abuelo deja los garabatos y escribe mi nombre; entonces abandona los espejismos y me mira con profundos ojos claros, y comprendo.