viernes, 30 de diciembre de 2011

DE PESCADORES ENAMORADOS

DE PESCADORES ENAMORADOS
Mario A. Alonso

El sol caía a pique en aquella isla cortada en dos por la línea del Ecuador.
Uein apresuraba la carga de espineles en la pequeña embarcación, decidido a comenzar una travesía de algunos días alrededor del archipielago. Jamás imaginó que aquel no sería un viaje más.
Desde la orilla podía divisar en el horizonte la silueta de la primera isla que debía bordear, “Kuria”. Aquella parte del atolón era rico en peces, sobre todo de la especie “Dorada” (Sparus aurata).
Pero Uein buscaba otros peces, los más grandes, aquellos que le acarreban buen rédito, y esos se encontraban en alta mar.
Su padre, Temaei Tontaake, le había enseñado el arte de pescar “en araña”, un tipo de pesca extremadamente peligroso.
En tanto acomodaba los bártulos, Uein recordaba el profundo temor que lo embargaba en las primeras salidas junto a Temaei, cuando éste aferrado al lastre atado a la embarcación, se dejaba caer hacia el fondo del mar hasta alcanzar veinte o veinticinco metros. Una vez agotado el sedal que lo mantenía unido a la barcaza, permanecía inmóvil boca abajo en aquella posición que semejaba una araña. En esa postura era un plato atractivo para los depredadores que se lanzaban contra ese "cebo", momento en que Temaei les disparaba el arpón.
Atunes y medregales eran las piezas preferidas. Debido a su voracidad no advertían la trampa hasta una fracción de segundos antes de que la lanza les atravesara el cuerpo. Una antigua técnica nacida de la observación de los propios peces.
Asi lo haría durante los próximos días.

A unos metros de la costa dejó la pequeña barca al garete, con un ancla de arrastre o ancla de capa. De esta manera el bote flota siguiendo las corrientes sujeto apenas por el artilugio, en tanto Uein se dejaba caer atado a la cuerda hacia la negritud del mar, a la espera de un gran pez hambriento.
Hoy era él, quien en solitario enfrentaba la oscuridad de las profundidades.
Descendía lentamente, recordando el modo en que aprendió que la apnea viene con el tiempo y no sólo con práctica.
Había advertido los cambios fisiológicos en el organismo y manejaba perfectamente el ajuste al stress del nuevo ambiente submarino.
No sentía temor ya y tomaba las cosas tranquilamente, relajandose para poder bajar la proporción de latidos del corazón. Todo aquello era una reacción inconciente. A medida que bajaba distraía su mente concentrado en otras cosas. Hoy pensaba en Teresia, Teresia Teaiwa. Pensaba en su cabello y sus ojos, tan negros como aquellas profundidades, recordaba también la boca y el modo en que se besaban.
Teresia era la esposa de Sie Teeta. Era bastante más jóven que Uein que era amigo de su padre.
Con el suave tirón que indica el fin de la caída y del cordel que lo sujeta rememora la tarde en que Teresia le confesó su amor. Fue entonces que comenzaron una aventura que les llenaba las tardes de amor y adrenalina.
Forzando un poco la vista pudo advertir un sombra grande que lo sacó por un momento de sus cavilaciones. No alcanzó a obeservar de que se trataba, pero llamó su atención la velocidad de aquella critaura marina.
En poco tiempo debería subir a tomar aire. Era el momento en que más expuesto estaría.
La boca de Teresia volvío a su memoria, el modo en que se besaron aquella vez en casa de ella, antes de hacerse el amor intensamente en cada rincón. En las sillas y las mesas, en la cocina, en cada vericueto se besaron explorandose el cuerpo.
Subía ahora Uein con la cabeza llena de imágenes deliciosas, la voz de Teresia le suspiraba aquella poesía que decía:

      Si yo fuese un coco
tu serías agua salada
en la calma o en tormenta
yo podría flotar siempre contigo
respirar en ti
hasta que encuentres agua fresca
y entonces me hundiría,
me hundiría,
me hundiría
si yo fuera un coco
y tú fueras agua salada
cuando encuentres agua fresca
me hundiría,
me hundiría,
me hundiría
y dicen los sabios que no me ahogaré.

El sol estaba en retirada, y es esa la hora en que tiburones y calamares gigantes salen en busca de comida.
Aquella maraña de tentáculos lo alcanzó a pocos metros de la superficie, cuando el oxígeno gastado comenzaba a envenenar la sangre.
Uein acariciaba aún las piernas y la espalda morena de Teresia cuando el calamar gigante lo hundía definitivamente en las cálidas aguas del mar de Kiribati.