DEL EJERCITO ARGENTINO Y LAS FOSAS COMUNES
I.- Es verano,
y como todos los veranos en la cordillera norte el sol inflama el aire que
quema las gargantas de los obreros.
Algunos días atrás se habían
iniciado las primeras tareas en la obra para el nuevo edificio del Instituto de
Seguridad Social.
Roberto, el encargado supervisa
que todo vaya bien y que las excavaciones para los cimientos se realicen
correctamente.
La retroexcavadora va y viene
socavando las zanjas donde se fundará la construcción, amontonando la tierra
excedente a un costado del terreno, contra el alambre tejido que lo separa de
la propiedad vecina.
Rogelio tira con pericia de las
palancas de la máquina que va dejando a su paso una pozo perfectamente recto.
Dos obreros más colaboran
perfilando con prolijidad el hueco, quitando con paciencia los restos que la
pala mecánica no alcanza a sacar.
Repentinamente uno de ellos, el
más joven, interrumpe las labores contemplando con ojos desorbitados el fondo
de la excavación; justo enfrente suyo brota de la tierra removida la forma
inconfundible de una calavera....
II.-. Las tropas a cargo del General
Uriburu, han alcanzado a Baigorrita, que con los restos de sus seiscientos
indios de pelea y sus familias, ha emprendido el camino del destierro, antes de
pensar en entregarse.
MANUEL BAIGORRIA, alias
BAIGORRITA, tiene en ese momento cuarenta y tantos años, es el hijo del cacique
PICHUN, ya fallecido, y su nombre le viene de su padrino, el coronel MANUEL
BAIGORRIA, quién vivió más de veinte años entre los RANQUELES, a los que inició
en la agricultura y le transmitió costumbres sedentarias y el uso de los
utensilios cotidianos para vivir mejor.
BAIGORRITA, es pobre y un
romántico aficionado a las mujeres. Tiene reputación de valiente, también de
manso y jugador.
Le pesa el gran prestigio
militar entre los indios y lo lleva valientemente en hombros. De costumbres
sencillas, vive modestamente.
Es de mañana, la bruma lo rodea,
el grupo marcha por la otra orilla del río AGRIO. Los milicos lo acosan, buscan
el vado que conoce de antaño. Los militares guardan pocas esperanzas de
alcanzarlos.
De pronto algo sucede entre la
indiada en retirada.
La indiada al mando del
caciquejo vacila, deciden pegar la vuelta. Baigorrita ordena al grupo, alzando
las lanzas y a grito pelado regresan a la carrera. Están decididos a proteger
la huida de sus familias que no son más que restos famélicos y andrajosos,
luego de leguas y meses de huida.
El telégrafo, algo que escapa al
entendimiento del criado de Mariano Rosas, ha corrido la voz a velocidades
incomprensibles; mucho más rápido que cualquier chasqui.
El enemigo no lleva lanzas,
facones y boleadoras, el tiempo histórico se ha cumplido. La vida y la muerte
corren como el aliento.
El huinca extermina los pueblos
en nombre del progreso, el comercio y la civilización.
Baigorrita no quiere el
destierro, no le importa que sus lanceros arruguen y lo dejen solo, arde su
sangre y se embriaga de rabia con sus propios alaridos.
Él mismo no sabe que su tiempo
se ha acabado. La mira de un Remington hace puntería en su cuerpo, baja la
orden instintiva del sargento que lo empuña hasta el dedo que oprime el
gatillo.
El tiro lo baja del caballo como
a un pájaro.
Malén Pailef, Aluminé Cayún,
Rayén Cayún, Melí Manqué Pailef y Manquellán Pailef detienen la marcha forzada,
vienen escapando, a la desbandada buscando refugio en la Cordillera del Viento,
a orillas del Curileu.
En pocas horas son presos los
últimos combatientes, terminados los caballos de pelea, arrasados los toldos y
las sementeras, solo quedan el monte, perdidos los más viejos, que eran
despenados rápidamente ni bién eran capturados o morían solos si conseguían
huir.
De la chusma, solo las mujeres
en condiciones de servirle a los soldados y los menores de ocho años, se salvan
de ser degollados.
El resto son pasados a cuchillo,
los relhué furiosos, sobrevuelan durante tres días sus cadáveres, pidiendo
venganza.
III.- 18 de julio de 1879
DIce el Coronel Villegas:
“A. S.E. el Señor Ministro de la
Guerra
Oficial – Según comunicaciones recibidas del Coronel [sic] Uriburu, una de
las partidas desprendidas en persecucion de los dispersos de 13 del pasado, dio
alcance á una [partida] de indios que huía, matando cinco, y tomando veinte y
cinco de lanza y treinta y siete de chusma, con veinte y seis animales
caballares, siendo en esta ocasión herido Baigorrita en el combate y murió el
dia 17 [sic] de resultas de las heridas recibidas”.
IV.- 16 de julio de julio de
1879
Malén Pailef, Aluminé Cayún,
Rayén Cayún, Melí Manqué Pailef y Manquellán Pailef, y Baigorrita herido, marchan con rumbo al cuartel de la IV
División.
Baigorrita agoniza llegando a
Chos Malal.
“La tribu de Baigorrita, ha sido desde el 13 al 20 del pasado,
completamente deshecha, pues toda ella se encuentra en poder de la división del
Neuquén; entre los últimos prisioneros tomados, se encuentran tres de
importancia que son: “Buchá José” cristiano lenguarás y hombre de acción, que ejercía
gran influencia sobre Baigorrita; “Ramon Capulnan” [?] yerno de dicho cacique,
y “Huilepan” suegro del mismo”.
La partida oficial llega al
pueblo recién fundado. Conducen a las mujeres y los hombres al fondo del patio
que ocupa la avanzada de Uriburu, van desnudos, todos desprovistos de cualquier
ropaje.
En un último acto de hipócrita
reverencia cristiana, los oficiales cubren con sus capotes los cuerpos de las
mujeres.
Cuatro milicos cavan una fosa de
poco más de un metro de profundidad.
Todos son fusilados, incluido el
gran Caciquejo que se debate entre la vida y la muerte.
Nace la primer fosa común de un
genocidio que cien años después continuaría el Ejercito Argentino por orden y
gracias imperial de los Estados Unidos de América.
Malén Pailef, Aluminé Cayún,
Rayén Cayún, Melí Manqué Pailef, Manquellán Pailef, y Baigorrita yacen muertos
en el fondo del foso.
Miguel Nieves forma parte del
grupo de antropólogos forenses que buscan a los 30.000 desaparecidos.
Llegan a Chos Malal a pedido de
las autoridades judiciales y algunos amigos, a extraer los restos óseos
hallados por los obreros de la construcción.
Concienzudamente excavan la fosa
común creyendo que aquellos restos pertenecen a la masacre más reciente.
No hay dudas, se trata de un
fusilamiento, el plomo en la quinta vértebra lumbar de una osamenta, y la vaina
servida hallada en torno a la excavación así lo demuestran.
Ha tomado intervención la
justicia local y se ha dado intervención a la Justicia Federal.
Después de un tiempo los
resultados de los análisis son irrefutables, se trata de restos de principios de fines del siglo XIX, principios del XX.
Todos las pruebas aguardan reservadas
en un depósito judicial federal.
Baigorrita no descansa en paz,
tampoco nosotros.
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