jueves, 29 de septiembre de 2011

DE JUEGOS, RENCORES Y MARIPOSAS



Mario A. Alonso
A pleno sol las cabezas arden bajo el verano que amaga derretir el caserío. 
Hacía rato que no había mariposas; una porque los charcos se habían secado, otra porque no hay mariposas tan zonzas que aguanten tanto asedio, corridas y ramazos. 
Habíamos dejado de cazar mariposas porque se habían volado; ellas y nosotros. 
Ahora andábamos subidos a una motoniveladora, haciendo caminos, hincados de rodillas en medio de la calle de tierra recién humedecida por el camión regador. 
El camino era más bien un circuito de carreras metido en la calle de verdad, debajo de los fresnos de la Viamonte, exactamente frente a la peluquería de Ezio, el peluquero del pueblo. 
Las curvas tienen que estar bien peraltadas porque sino los autos vuelcan. No importa cuantas tuercas le hayas cargado, sin peraltes seguro que en la vuelta volcás. 

- Hagamos un puente – dije. 

Hacer un puente en aquella época, en esa calle de aquel pueblo era inmediato, no existía más burocracia que la de una propuesta; y la cuestión siempre era resuelta de manera precisa e inmediata; se hacía o no se hacía. 

- Dale – contesto el otro y puso manos a la obra. 

Entonces venía un puente, justo antes de la recta mas larga, para que al darle envión al coche en la subida, durante la bajada no se fuera a volcar justo en la curva. 
El otro tiró primero y allá fue dando tumbos su cochecito hasta el medio de la calle. 

- Bueno, para eso son los peraltes Ruso.- argumenté moviendo la cabeza a un lado y otro. 

- Pero valía volver a tirar, yo canté primero – gritó el otro 

Y entonces ambos nos volvimos jueces; y no hubo acuerdos y entonces fuimos púgiles. 
Esa tarde peleamos. 

- No se puede volver a tirar cuando el coche se vuelca; mucho menos si la curva tiene bien alto el peralte. Para eso son los peraltes.- aseguré 

Y el otro, 

- Si se puede, porque yo había cantado que a la salida del puente se podía volcar y volver a tirar. Vos quisiste hacer un puente.- 

El pleito se saldó a primera sangre y como casi siempre perdió el mas chico que se fue llorando hasta la esquina nomás, porque los hombres en aquel pueblo no lloran, y no quería parecer mujercita. 
Yo sabía que esas eran mentiras, cosas que decían los tipos en el bar del club. 

- Mirá que no van a llorar los hombres, si yo lo vi a mi papá que lloraba una vez cuando murió el abuelo.- 

Sin compañero de juegos yo también lloré a escondidas; a pesar de la mentira no quería parecer mujercita. 
El camino a casa se hizo largo y anduve triste hasta el otro día. 
Como pude escapé de la siesta obligada para encontrar que habían vuelto los charcos, las mariposas y los puentes a mi calle. 
Junto con ellos volvió el Rusito, las carreras y la cacería. 
En aquella época, en aquella calle de mi pueblo el rencor y la bronca morían con el comienzo del próximo juego.

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