domingo, 20 de febrero de 2011

GOTAS DE LLUVIA

Era de tarde, el sol declinaba por el occidente, y de tanto en tanto, unas nubes gordas cubrían la luz del astro con un velo traslúcido que la separaba en cientos de rayos; no se porque pero en medio de mi agnosticismo y sin conocerlo, la imagen me recordaba a Dios.
El cielo estaba conjurando un encuentro; el de dos gotas de agua que se llegarían hasta la cima de la montaña, correrían juntas durante una parte del descenso, y luego se separarían para llegarse hasta el arroyo, y luego al río, y por fin al mar, el océano.


Así son las historias de las gotas de lluvia, siempre llegan juntas, muchas veces se parecen entre sí, y otras veces, de tanto andarse rozando y cosquillándose en la panza de las nubes, algunas se enamoran.
Pero son gotas de agua, y saben que cuando lleguen al océano se van a encontrar con otros miles de millones de gotas parecidas, y se olvidarán de aquella otra que la acompañó alguna vez a mojar las montañas y llevarles el verde en las primaveras.
Así, como todas las demás, llegaron estas dos, hace muchos años, mas de veinte.
Se enamoraron antes de ser lluvia que moja, y cuando al fin la nube se decidió lloverse y mojar los cerros, siguieron juntas.
Y luego, ya en la tierra seca, una y otra se cayeron cerca... ¡que digo cerca!...  se cayeron encima, y rodaron por la cuesta. 
Fueron arroyo crecido junto a otras gotas y así, juntas llegaron al río.


Tan empinada era la montaña, y tan rápido bajaron, que una no pudo pedirle a la otra que la acompañe, y el río y el agua las separó.
Anduvieron extraviadas, juntándose con otros ríos y arroyos, y como gotas que eran, pues formaron chorros de agua, que es la manera en que las gotas se reproducen.
Una no olvidaba a la otra, y en los remansos, que son los lugares donde se duermen las gotas, se soñaban; una soñaba que volvían a ser lluvia y que viajaban juntas. Nunca dejó de recordarla.
Un día, como todas las gotas de lluvia que se caen de las nubes para formar arroyos, ríos, lagos y mares, alcanzaron el océano y volvieron a encontrarse, y se reconocieron, y sintieron en sus pancitas de agua que todavía seguían enamoradas, pero que un océano las separaba y no podían volver a unirse, a la par, apoyándose en el hombro, porque aunque no se note, las gotas de lluvia también tienen hombros donde se apoyan cuando están cayendo. 


Salió el sol por el oriente, enorme y rojo, salio a desperezarse de en medio del agua grande, y como de por sí el sol es muy dormilón, fue a bostezar y levantar un viento de primavera que juntó a las dos gotas que ahora tenían que decidir si seguirían juntas en el océano.
chan chan
MARIO ANGEL ALONSO

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