jueves, 12 de enero de 2012

CUANDO EN NOMBRE DEL PROGRESO SE ENTIERRA LA HISTORIA


CUANDO EN NOMBRE DEL PROGRESO SE ENTIERRA LA HISTORIA
MARIO A. ALONSO

Nací en Baigorrita en los sesentas, pero hace muchos años que vivo lejos del pueblo,  tantos años hace que lo extraño cada día un poco más.
De vez en cuando, cuando puedo y algunas veces cuando no puedo, me dejo llegar hasta sus calles y su gente, que siempre serán mis calles y mi gente.
Es entonces que vagabundeo nostálgico por sus rincones y sus esquinas resecas; por esas que alguna vez me dieron asilo, en ocasiones para jugar, en otras para ilustrarme, o para hacer el amor o ejercitar la conciencia de poder apostar al juego de crecer y transitar la vida.
Uno de esos cobijos, donde pasé tantísimas horas era el Correo Argentino.
En aquel lugar me formé de niño sobre el ahorro, más no desde el punto de vista de la especulación financiera o la acumulación de riquezas, sino desde la más profunda mirada solidaria que proponía el peronismo de los setenta.
Entrados aquellos setenta visitaba al Jefe Costa para que pegara las estampillas en mi libreta de ahorros, y aprovechaba de aquel magnífico ser humano asignaturas y anécdotas.
No puedo explicar el motivo, solo brindar someramente las emociones que provocaban en mi cabeza, cada uno de los mobiliarios que equipaban el lugar.
La arquitectura y su estructura edilicia de ladrillos a la vista que llevaban impresos de manera sutil el vínculo con las casas de mediados del siglo XIX de los pueblos de la provincia de Buenos Aires.
Sorteando la inmensa puerta de hierro de la entrada, uno se daba de bruces con un viejo mostrador que recordaba aquellos del ferrocarril, los de las películas del lejano oeste.
A la izquierda un tablero donde escribí mis primeras cartas de amor perfumando sobres, y un poco más allá las puertitas de las casillas postales, también de exquisita confección y noble madera, reservadas generalmente para quienes no vivían en el pueblo, quizá algún chacarero.
Los escritorios, las sillas, los útiles, todo daba cuentas de un ilustre pasado.
Había algo especial en aquel recinto que aún hasta los póstumos días me trasladaba a volar hacia el pasado, y era el aroma de su piso de madera de pinotea, mil veces repasado por un lampazo embebido en kerosene o gasoil. Esa fragancia que también inundaba el espacio en los colegios donde aprendí a ser “un hombre de pueblo”. Ese olor poseía la virtud de acarrear a mi mente las imágenes de mi más tierna infancia que por algún motivo casi habían caído en el olvido.
Así podía verlo al Jefe, a Poroto, a Leonardo Zabala, a la mujer del jefe y mamá de mi amigo Pepe y todo el deambular de la chusma del pueblo.
Hace un tiempo, demasiado para mi gusto, volví a verlo.
Una estructura actual, cuadrada, ordinaria, jactanciosa y vulgar. Un armazón que pretendía ser, por más moderna, más hermosa.
Hace poco volví a ver al correo de mi infancia y ya no era. Así comprendí como en nombre del progreso se mata y entierra la historia de mi pueblo. 



2 comentarios:

  1. Me encantó!!!! Soy de ese pueblo humilde y sencillo, mi querido Baigorrita. No tengo tantos años , pero si disfruté la "esquina del correo" donde cada tardecita de domingo nos sentabamos en su pequeña escalinata para contar anecdotas, tomar mate o mirar a los que pasaban dando la tradicional "vuelta al perro" que en nuestro querido y respetado pueblo aún existe. Y es verdad....el progreso sólo hizo que el entrañable edificio del correo quede unicamente en nuestras mentes como un recuerdo más. Es triste y lamentable....

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