jueves, 17 de noviembre de 2011

TORMENTA

TORMENTA 

Mario A. Alonso

Repentinamente el día se ha vuelto noche.

Oscurecidos nubarrones han pasado la cresta más alta de la cordillera para resbalarse por la falda de los cerros hasta el valle, a ocultar la luz del sol.
Un tumulto de legiones se deja oír en medio de la penumbra. Retumba el cielo y se derrumba.
A veces una nube libera un relámpago que alumbra y encandila.
Los truenos asustan, los ruidos cotidianos se detienen.
Calla la mañana con afonía de muerte, envuelve el silencio cada resquicio en estas montañas.
Ni un solo movimiento, las hojas quietas, los pájaros mudos, inmóviles aguardan el desenlace de una tormenta que amenaza ahogarnos.
En cualquier instante, seguidamente, una gota cae sobre la hoja otrora quieta, y la mueve.
Otra descarga estremece el espacio.
Otra gota se despeña y toca otra hoja, y otra, y otra más.
Súbitamente una chispa de sol se filtra entre las nubes y el follaje en movimiento y va a descomponerse en todos los colores al transitar el alma de esa gota que reposa en el verde ramaje de la acacia.
Así como llegaron, las tropas legionarias se alejan montadas en nubes, sin batallar.
En estos montes seguimos anhelando una tormenta que llueva y nos moje.

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