viernes, 5 de agosto de 2011

PRIMERA VISITA

PRIMERA VISITA 
Mario Angel Alonso 




El agua no llevaba ese nombre, y las gaviotas eran tungkó.

Parado frente al mar observaba esos seres alados que llegaban a la orilla junto a la luz e imaginaba su propio arribo al borde por el que trepaba el sol, Antkukó.
Siempre soñaba con llegar al otro lado y asomarse a ver que ocurría en aquellas otras tierras quiméricas.
Setiembre aún no era setiembre cuarenta mil años atrás y aquel homínido ya había atravesado caudalosos ríos y profundos lagos montado a un tronco muerto; pero esa inmensidad líquida y salada de la que brotaba la luz, ocupaba sus fantasías, lo desvelaba  y llenaba su cerebro de imágenes fabulosas.
Intuía un largo viaje; ya no podía confiar en el viejo madero.
Puso manos a la obra solitario frente a la mirada desconcertada de sus compañeros de tribu.
Cortó juncos y enredaderas, juntó maderos que habían sido derribados por un rayo unos días atrás.
El viejo tallo que lo acompañara en periplos anteriores fue quilla y base fundamental de aquella primera embarcación tantas veces ensayada en  pinturas y garabatos.
Después de un tiempo cobró forma una suerte de arca con estructura tejida, una vela cuadra y una cubierta de cuero que lo resguardaría de vientos y lluvias.
Juntó las herramientas que le acompañarían en el viaje, una lanza y su cuchilla de obsidiana, seis anzuelos de hueso, varios metros de tendones y nervios tejidos, tres odres grandes de agua de la que viajaba desde la montaña para llenar el mar, más bejucos trenzados y el tambor de caña y cuero fino que le ayudaría a soportar la travesía.
Pasó esa noche en vela, excitado, esperando las primeras señales de que Antkukó comenzaba su ascenso.
Sin mapas ni brújulas, sonriendo, echó la barca al mar.
Los otros lo llamaban Congkó y se arrimaron a la playa a mirarlo, esperando que algún arrebato marino lo hundiera para siempre.
Congkó no sabía el nombre del mes que transcurría; solo que ese era el tiempo propicio para lanzarse aguas adentro.
Zarpó de Australia y llegó a Madagascar y sin advertirlo fue el primer navegante solitario de ultramar y  el primero en visitar la cuarta isla más grande del mundo.
Hace tres días en las arenas de las playas de Sambava, a orillas del océano Indico, el arqueólogo Michael Heckenberger comenzó el rescate de una antigua barca de mimbre, maderas y cuero.
Un cuchillo y una punta de obsidiana lo orientan acerca de la procedencia del hallazgo.
Cerca de cuarenta mil años atrás un navegante surcó la mar desde alguna tierra lejana; no hay obsidianas en Madagascar.
Michael observa los anzuelos rudimentarios e  imagina el rostro de Congkó.

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