miércoles, 25 de agosto de 2021


Ya me amigo de la noche
que con silencio me abriga
compañera de fatigas
de aquel que sufre dolores
aroma como las flores
abrazando corazones
manchado de desconsuelo
quien no conoce el dolor
sintiendo como hoja de hielo
el tajo que hiere el alma
en lo profundo desangra
mal herido el corazón
sin llegar a la razón
que vive en la piel abierta
inexplorada y desierta
por primera vez lastiman
nadie sabe si merece
castigo tan inhumano
abriga como paisano
aguantándolo solito
nunca se va
siempre habita
entre la noche y el alma
y nos ofrece la calma
de ese corazón herido
acomodando en su nido
acolchado de caricias
para que mañana vuelva
a sonreír el amor
yo se que en cada rincón
donde descansa tu calma
en la piel, junto a tu amor
reposa la imagen viva
del que te amo en esta vida
dejando desnuda el alma
guardarás en un rincón
el dulce aroma del lecho
y descansará en mi pecho
herido tu corazón.

martes, 24 de marzo de 2020

Final de madrugada


Final de madrugada
MARIO A: ALONSO
Voy a caerme en la negra noche de los sueños
dejarme descansar
sin custodias ni recuerdos
a despeñarme inconsciente en la memoria
entregarme al acaso sin arreglos
a los bajíos de la oscura traslación incontrolable
concedo el cuerpo dormido al universo
sin conocer el rumbo de mi suerte
está cerca la hora en que me entrego
a los candiles del futuro inquietante
turbado llego a dormir la pena y la alegría
con la esperanza de un nuevo destino
déjame oscuridad en la inocencia
si amanezco entre estrellas o luces
seré el albor
nuevo mortal sin ahogos.

sábado, 29 de febrero de 2020

TE ESPERE


TE ESPERE

MARIO A. ALONSO
Permanecí esta noche en vigilia acechando tu llegada.
Con la marcha incontenible de las horas fui a buscarte, en alguna foto vieja, en un verso, asomado en unas sombras que a veces, vistas de costado suelen asustarme.

Me acompañó el vino que es un buen compañero por las noches y un déspota injusto por las mañanas.

Me quedé porque puedo seguir soñando que quizá, en algún lapso de sinrazón, el timbre virtual de mi llamado tintineara en tu oído, y atenderás mi reclamo.

Nada de eso paso, al menos hasta ahora en que la madrugada le ha ganado a la noche y el sueño hace rato inició el combate con mis ganas de escribir.

Empezó a ganarme el desconsuelo, hasta que advertí que habías estado aquí, en una foto vieja, en muchos versos y asomada a las sombras que no pudieron asustarme, entonces emprendí el camino hacia mañana.

miércoles, 29 de enero de 2020

ZAPATISMO Y DIVERSIDAD SEXUAL ¿De qué tienen que avergonzarse la Magdalena y el Coronel Gisella?

¿De que tienen que avergonzarse la Magdalena y el Coronel Gisella?
Zapatismo y Diversidad sexual.


Mediante las reflexiones que siguen, me propongo poner sobre la mesa algunas ideas acerca de la diversidad sexual en el zapatismo. Intentaré realizar una aproximación sociológica de cómo se ha construido y dibujado el cuerpo, la sexualidad y el género en su discurso. Armaré un rompecabezas de ideas sobre los pronunciamientos del zapatismo respecto de la diversidad sexual, no de forma cronológica, sino quizás en un vaivén pendular; hay bastante tela de donde cortar. Sin exagerar, de una sola carta del subcomandante podríamos hacer, al estilode los analistas del discurso, una larga rediscusión. Titulo este trabajo con un baile de palabras alusivas al discurso zapatista de la diversidad sexual. Tanto la Magdalena como el coronel Gisella son dos personajes que ilustran muy bien cómo el zapatismo ha logrado incluir en su discurso –prácticamente desde 1994, el año de su irrupción– la problemática social de las personas con sexualidades e identidades diferentes a la heterosexual. El zapatismo ha hermanado la discriminación que padecen los indígenas con la de otros sectores sociales como las lesbianas, gays, bisexuales, transgénero y transexuales (lgbt), los cuales de acuerdo con la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2005, son algunos de los grupos más discriminados.




miércoles, 13 de noviembre de 2019

Y encima, va que sueño con un volcán


Foto: Sergio Tapiro Velasco

Y encima, va que sueño con un volcán en erupción.
Y viene uno y me dice,
 - Soñar con volcanes en erupción significa cómo te sientes, durante varios días o meses, has estado aguantando impertinencias, tonterías, cosas desagradables. Estás a punto de estallar, de un ataque de furia y de ira descontrolada. Soñar con volcanes tiene similar interpretación que soñar con bombas a punto de estallar. –
Y al rato otra que advierte,
- ¿Soñaste con un volcán en erupción?;
Y sentencia,
-          Tu vida dará un giro inesperado, va a tambalear tu perspectiva de la vida.
Y yo… ahora, ¿qué hago ahora?... por las dudas, cuando pasen cerca mío, por favor a andarse en puntitas de pie, no sea cosa ¿vió?

lunes, 24 de septiembre de 2018

PERMITEME

PERMITEME

ALARIO MANSO

Permítete que humedezca
mi corazón junto al río
del cerco que encierra el nido
donde habitan tus nostalgias.

Deja que abreve en las aguas
contiguas a tus silencios
pues puedo amarte sin ruidos
yendo en sigilo volando.

No es objeto ni es final
gritar las voces de mi alma
qué le perturba la calma
a este viejo corazón.

Puedo el secreto callar
exponiendo el sentimiento
gritando a los cuatro vientos
que con tu suave pincel

Has llegado hasta el cordel
del que cuelga mi ventura
al cruzarte en mi camino
te llevo bajo mi piel.

domingo, 17 de diciembre de 2017

SOÑAR LA MUERTE

SOÑAR LA MUERTE
Mario Angel Alonso


La tormenta había amenazado desde la mañana con descargar en el valle una nevada de antología, nubes negras y gordas se habían recostado en el oeste contra los cerros y ahí le aguantaban al viento que desde el Pacífico se filtraba por los cajones de Los Andes.
En las cordilleras del norte neuquino agosto se cuela por cada angostura, escarchando el aliento, torciendo voluntades. El frío vuelve más difícil cualquier tarea, sobre todo aquellas que se realizan en medio de la sierra, entre la tierra y Dios.
Luis había trabajado todo el día con ahínco, abriendo acequias para regadío cerca de la comunidad. Le estaba poniendo empeño a la changa porque no quería fallarle al compadre Elías que lo recomendara para el trabajo, pero la tarde estaba avanzada y hacía largo rato que la helada blanqueaba los valles y su lomo.

-          Es hora de dejar – masculló en voz baja

Apoyado en el cabo del picador se enderezó de a poco. La cintura crujió como un tronco viejo al quebrase.
Se echó atrás arqueando la cintura con una mueca de dolor y vio el cielo.
Arriba azul profundo oscureciéndose hacia el este, algunas estrellas tempranas asomaban en el horizonte del valle pedregoso. El viento perforaba el oeste fortificado de la cordillera andina agitando el negro capote de tormenta con que se cubría.
Juntó las herramientas y fue a dejarlas al reparo de una mata de molle, luego inició el regreso.
El descenso apurado y la satisfacción de haber concluido la tarea parecían abrigarlo. Sin advertirlo bajaba sonriendo, caminaba imaginando el abrigo del “Bar Obrero” donde seguro encontraría a Guillermo, el amigo que por aquella hora terminaba el turno en la mina.
Luis se figuró la cara de Guillermo; él también regresaba sonriendo.

Para Orlando y Daniel los días se prolongaban más de lo que correspondía a un ciclo invernal normal. Pasaban larguísimas horas durmiendo al abrigo de los cartones y chapas que amuradas con piedras completaban aquello que era su hogar. Se arreglaban siempre cerca del brasero acomodados sobre colchones viejos y algunos trapos. Los diarios que solían acopiar para hacerse de unos pesos, también servían para aislar el lecho de la tierra helada.
Ninguno de los dos sabía que aquellos sueños repetidos les estaban abreviando la existencia; muchas veces la madrugada encontraba a uno y otro doblado por los espasmos cerca de la bomba de agua. El catarro se los generaba la mala combustión del carbón de madera en aquel brasero improvisado en un pedazo de caño traído por su padre del obrador abandonado por la empresa “Techint”, la que hiciera el oleoducto hasta Chile.
Daniel y Orlando eran hermanos; inseparablemente hermanados por la miseria y el abandono.
Daniel casi no recordaba el rostro de su madre y Orlando, el mayor había olvidado el sonido de aquella voz que alguna vez le cantó nanas.
Ella, la mamá, se llamaba Irene, y ninguno de los dos entendía porque con cada despertar acudía a sus memorias aquel nombre que aún sin rostro y sin voz extrañaban tanto.

Irene cargaba con toda la belleza de la que puedan alardear las hembras morenas nacidas en el corazón de América. Las hebras largas de su pelo negro, eternamente recogido en una cola de caballo incitaban a soñar su espalda.
De ojos pícaros y expresión angelical cautivaba la mirada de todos los hombres del pueblo que inútilmente pretendían reprimir el deseo de sus ojos que se iban de paseo montados en las nalgas ondulantes de la morocha cada vez que les pasaba cerca. Había torneado aquel cuerpo a fuerza de largas caminatas desde el pueblo hasta la chacra de sus padres.
Amada en sueños por muchos acabó conociendo precozmente las obligaciones de las mujeres campesinas, cuando a los veintitantos conoció a Juan Pedro Álvarez, el padre de Orlando y Daniel.
Los rigores del campo y las inclemencias de la cordillera habían hecho de Juan Pedro un hombre rudo que muchas veces adormecía su infortunio guerreándole a las botellas, ahogándose en alcohol hasta llegarles al fondo.
Era en esos días, cuando regresaba borracho a la casa y terminaba la jornada insultándola, a empujones y sopapos.
Una tarde otoñal Irene acarreó a rastras todas sus penas hasta lo alto del acantilado, y allí voló con el pasado hasta las piedras del fondo del despeñadero.
Aunque nadie lo advirtiese, junto con ella comenzó a morir Juan Pedro.
Un veinte de enero, para los festejos de San Sebastián, empachado de alcohol, en medio del tumulto de un juego de tabas, inició una pelea contra Ramón Pereyra un pardo ladino que ya se había cargado a un indio en las veranadas, cerca del Copahue.
Acabó como un bulto entre la multitud, atravesado el corazón por el cuchillo de Pereyra.

Orlando y Daniel nunca conocieron otra cosa que no sea la pobreza y el desamparo. Discriminados por venir de tan abajo se habían vuelto malos como bichos y cuando no dormían vagaban por las callejas buscando pleitos. Eran pendencieros y dos por tres se enredaban en alguna gresca.
Buenos para las trifulcas iban juntos siempre y salían gananciosos de los líos.
Aquella mañana despertaron tarde, comieron un poco de sardinas con cebollas y arrancaron para el boliche donde seguro les fiaban unos tragos. Ellos siempre le cumplían el pago a Don Esteban, el dueño del “Bar Obrero”, sabían que así siempre podrían matar la pena en aquel mostrador.
Arribaron al boliche y ocuparon una mesa donde les aguardaba un mazo de naipes. Jugaron un truco y entreveraron gritos y cervezas.

Guillermo recorrió la última pendiente hasta el bar al trote largo, atravesó la puerta de madera y buscó entre los presentes el rostro de su amigo; cuando estuvo seguro de su ausencia se arrimó al mostrador y pidió un vaso de vino tinto.
Don Esteban sirvió la copa en alerta por la gritería de los hermanos Álvarez, a quienes mandó callar.

-          ¡A ver si dejan de hacer kilombo que molestan a la gente! – ordenó.

Daniel sintió correr la adrenalina por cada vértebra, el alcohol lo condujo a la sensación de placer que solo experimentaba cuando venteaba una riña.

-          ¿Y a vos que te pasa?, ¿te molesta que la gente se divierta?-  gritó con los ojos encendidos.

Guillermo solo volteó a mirarlo por encima del hombro.

-          ¡A vos te hablo!, ¿sos sordo o tenés plata? – insistió

Le hablaba a Guillermo, sabía que ahí tenía esa noche una oportunidad de pelear. Jamás se meterían con Don Esteban, aunque la bronca venía por el reto.
El sonido de las patas de la silla arrastrada se confundió con el de la puerta de madera que se abría para dejarle paso a Luis que aún sonriente veía a su amigo derrumbarse bajo los maderos rotos del asiento con que el menor de los Álvarez lo golpeaba.
De un salto ganó el centro de la escena y con toda la potencia de su puño golpeó la nariz del agresor.
Daniel fue a dar la jeta contra el piso y se incorporó vacilante, tomándose el rostro sin comprender lo que le estaba pasando.
La reacción instantánea de Orlando dejó sin alternativas a Luis, que recibió todo el peso de una botella de cerveza a medio tomar y cayó rendido a los pies del atacante, casi sobre el cuerpo de Guillermo que yacía inmóvil.
Los dos Álvarez comenzaron a patear alternativamente la cabeza de ambos amigos.
Luis vio como Guillermo sangraba por la nariz y la boca. En su cabeza todo era silencio.
Los pocos parroquianos acostumbrados a las riñas de los hermanos se apartaron hacia el rincón más alejado, y Don Esteban corrió hasta la calle para llamar la atención de algún vigilante.
Jamás hubiese imaginado Luis que aquella noche acabaría echando mano al verijero, pero no tenía alternativas. De un momento a otro perdería el conocimiento y merced del vértigo de la situación solo imaginaba a su amigo muriendo en aquel bar mugriento.
Arrojó dos puntazos desde el piso a las pantorrillas de los buscapleitos que se apartaron unos centímetros riendo, borrachos de alcohol y fama pueril.
Bastó ese pequeño espacio para que pudiera erguirse.
Dos puntazos alcanzaron el costado izquierdo de Daniel; uno en el antebrazo, el otro en el dorsal.
Orlando se abalanzó ciego de furia en el momento en que Luis giraba para recibirlo.

-          El cuchillo siempre a la altura de la pera m´hijo…- recordó a su abuelo Pedro

La punta del puñal cercenó la carne hundiéndose en el pecho, cortando la arteria intercostal y  partiendo el corazón palpitante.
Todo giraba en su cabeza que continuaba aturdida.
Instintivamente arrojó dos puntazos más que terminaron en el cuello de Orlando.
Orlando se escurrió por la cuesta de la vida sin conocer su final.
Alguien aferró a Luis por la espalda y alucinado de violencia intentó zafarse para seguir cortando.
Percibió que era su amigo quién lo sujetaba.

-          ¡Basta Luis! ¡basta! – gritaba Guillermo con la cara ensangrentada.

Cedió al abrazo, bajó el cuchillo y se ahogó en llanto.
Miraba sus manos ensangrentadas y a ratos al joven desconocido que también lloraba abrazando al muerto.
Sin proponérselo corrió hacia la calle y arrojó el cuchillo en la acequia cercana, después se entregó a la policía.

Ahora, Luis escucha la sentencia sentado en el estrado, su vista encuentra la de Guillermo que observa entre los curiosos.
No hay familiares de la víctima, tampoco su hermano menor.

-          El Tribunal va a dictar sentencia. El acusado tiene derecho de expresarse. ¿Desea decir algo? – manda el Juez con imperturbable cara de póker.

Luis se pone de pie, alcanza al Juez con la mirada. Sus ojos siguen húmedos desde aquella noche.

-          Señor Juez, cualquiera sea el fallo yo ya he sido condenado a soñar eternamente el rostro de aquel hombre que maté.

-          Habiendo sido escuchadas las partes, analizada que fue la prueba obrante en autos, y de los testimonios recibidos, éste Tribunal encuentra a Luis José Martínez inocente de los cargos de homicidio en riña.
Luis despertó cada noche llorando rostros soñados, hasta el día en que murió.

A pesar de no haber trabajado nunca en las minas, a Daniel lo mató una neumoconiosis de los mineros del carbón, una enfermedad pulmonar causada por la inhalación prolongada de polvo de carbón y sílice.
Dicen que lo mató el abrigo del calor del brasero de su casa; yo sé que lo mató la pobreza.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Los dueños del desierto

Los dueños del desierto
MARIO ÁNGEL ALONSO

            Mucho antes del siglo XXI en la Argentina, estalló una absurda revolución a partir de la cual, los dueños originarios de las tierras deben pelear a muerte contra el Estado, los medios de comunicación, la tecnocracia, la oligarquía,  y los terratenientes, para recuperar las tierras que siempre les pertenecieron, y que el Estado, los medios de comunicación, la tecnocracia, la oligarquía,  y los terratenientes les arrebataron después de varias campañas de exterminio que a punto estuvieron de convertir estas tierras en un desierto yermo.

martes, 31 de octubre de 2017

ESOS PÁJAROS

ESOS PÁJAROS
MARIO ANGEL ALONSO

Esos pájaros,
que a tantos enamoran con su canto
indican a esta hora
que inicia la madrugada.
¡Malditos pájaros!
que acaban con la noche
que me acompañaba.
¿Y los gallos?
Verdugos inclementes que cantan a cualquier hora.
¿Será mañana ya?
O acaso el reloj del mundo adelanta.
Por las dudas,
y para no penar
voy a buscar mi almohada,
a tratar de dormir el día
pasar inadvertido de falsos y hostiles.
Dejo la noche y la palabra
para volver a morir
otra mañana.