Asomada a la boca del agujero
oscuro que formaba la entrada de su casa, examinó el terreno evaluando los
peligros que la acecharían al momento de cambiar de morada.
Hacía un tiempo el otoño daba
inicio, y los vientos helados que se colaban por las rendijas de la puerta
principal de la casa iban a dar justamente a la entrada de la suya. Esto le
causaba múltiples inconvenientes, por las tardecitas el frío la dejaba casi
inmóvil, y las pocas presas que por allí cerca se aventuraban, lograban
escaparse debido a la lentitud en sus reflejos.
Manuel era metódico, siempre, o
casi siempre a la hora en que el sol comenzaba a caer, ocupaba el sillón más
cómodo del living de la casa y tocaba. A veces, mientras improvisaba observaba
distraído las habilidades con que la araña que vivía cerca de la puerta tejía
su red; cuando cazaba algún pequeño
insecto más lo deslumbraba el método que usaba para envolverlo con su
seda hasta convertirlo en un capullo donde aguardaría adormecido la hora de
servirle de almuerzo.
Esa tarde la había visto asomada
a la entrada de su hogar, que era la herida que en forma de pequeña cueva
dejara un clavo en la pared.
Varios gatos de distintos tamaños
ocupaban el terreno que La Negra
debía atravesar, los juzgó gordos, demasiado para que su pequeño tamaño llamara
su atención; no llevarían demasiado peligro.
Calculó la hora de menor
intensidad en el tránsito por aquel lugar de la casa, y arribó a la conclusión
que debía iniciar el traslado por la noche, más bien entrada la madrugada.
Esa misma tarde volvió al fondo
de su refugio y consumió las últimas reservas de comida; a la noche intentaría
el cruce. Buscaría algún sitio acorde donde establecer su nuevo hogar, lo mas
cercano posible al lugar del que le llegaba la música por las tardes.
Lentamente se dejó deslizar por
la microscópica fibra que brotaba desde el interior del cuerpo hasta llegar al
piso de mosaicos blancos. Ya en el suelo emprendió una rápida carrera hasta el
limpiabarros de lana de colores que franqueaba el ingreso y servía las veces de
“ataja vientos” y trapo donde los humanos
limpiaban el calzado. Trepó la pequeña elevación y cruzó los setenta
centímetros de quebrado tejido multicolor hundiéndose y elevándose cada tanto.
Aquel terreno irregular le quitó energías y la agotó bastante. Al pié de la
mesa del televisor hizo un alto para recobrar el aliento y continuar el periplo.
Iba a comenzar su segundo
desplazamiento cuando uno de los gatos, el más pequeño se acercó
peligrosamente. La Negra
se hizo un bollito y fue rodando debajo de una irregularidad entre el terreno y
una de las patas del amueblamiento. En varias oportunidades vio pasarle muy
cerca unas garras enormes, y tuvo que esperar allí, en esa posición incómoda
hasta que el felino se aburrió intentando arrebatarla del escondite.
Para entonces estuvo mucho más
alerta, y decididamente inició la carrera por el sitio que la separaba del
sillón en el que Manuel tocaba.
Trepó cómodamente la madera lisa
del asiento. No lo había advertido, y para su sorpresa, aquella noche el
instrumento había quedado sobre el mueble.
Después de varios intentos logró
alcanzar la cima del lustrado y resbaloso instrumento, metiéndose en la boca
del mismo. Un sitio muy amplio, donde hasta el más mínimo sonido causaba un
eco.
Allí construyó su tela y
vivienda, acabando el trabajo en el transcurso de la madrugada.
A pesar de la incomodidad de
haber tenido que tejer otras redes en las paredes cercanas para atrapar el
alimento, y el tedio porque los dueños de casa se empecinan en romperlos cada
tanto, La Negra
vive feliz oyendo música en el interior de una guitarra.
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