EN LA VISPERA
Mario Ángel Alonso
Ahí estaba quieto yo, justo detrás de mi cuerpo y un poco
más allá la punta de mi nariz.
Andaba en esas cuando advertí mi reclusión.
Inmerso en la negrura de aquellas tablas descubrí que la
morada que antes ocupara no era otra cosa que un bulto imperfecto que olía a
carne en mal estado.
Unas moscas desovaban
en el hueco de mis orejas arreglando con paciencia los racimos,
disponiéndolos delicadamente ocasionalmente aquí o allá.
Después de unos días las moscas murieron y sus larvas la
emprendieron con aquel envase maloliente; a devorar mis despojos lentamente.
Durante meses se llevaron los pedazos de cuero y carne y órganos.
Una tarde almorzaron mi corazón.
Llegó entonces tu imagen.
Adiviné que ni la muerte se tragará tu presencia.
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