Apenas dos días antes caminaba lento en medio de los frutales.
Encorvado, arrastrando un poco los zapatos.
Llamaba al gato.
Ahora impresiona un poco verlo tirado en el piso de tierra, de cara al sol, mirando eternamente el cielo diáfano de verano.
Mira el cerro; parece que mira, pero ya no ve nada.
El perro insiste con los cordones de los zapatos que apenas dos días antes se arrastraban entre los frutales cuando él llamaba al gato.
Las moscas inclementes han hecho su tarea aportando a la funesta visión.
Dos tipos se llevan el cuerpo.
MARIO A. ALONSO
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