domingo, 8 de abril de 2012

MELIPILLÁN, EL CHONCHÓN


MELIPILLÁN, EL CHONCHÓN
 Mario A. Alonso

http://www.conciencia-animal.cl/paginas/temas/temas.php?d=1393
Melipillan corrió por el rancho desordenado en busca de los ungüentos, cuando los hubo hallado, desparramó el preparado hasta cubrir cada centímetro de su garganta.
La sacudida no tardó en llegar. Fuertes estremecimientos y convulsiones se apoderaron del calcú.
El menjunje surtió efecto en un lapso fugaz, la cabeza se desprendió del cuerpo de Melipillan y rodando fue a dar junto a las patas de la banca. En ese lugar comenzaron a brotarle plumas y afiladas garras. Las orejas se agrandaron y convirtieron en alas.
Su humano cuerpo descabezado yacía abandonado al lado del catre revuelto.
El brujo volaba entre los cerros con rumbo a Chos Malal transformado en chonchón.
-           ¡Sin Dios ni Santa María! - gritaba al vuelo tendido, sintiendo como Lucifer le otorgaba mayor poder.
Dio varias vueltas alrededor de la casa de Juaco, su víctima, con la intención de ingresar a la habitación donde el pobre mortal aliviaba sus achaques.
Furtivo fue a ocultarse entre la hojarasca, a esperar que el hombre se distrajera para colarse por alguna ventana.
Juaco sufría de locura desde el día en que el destino lo enfrentó a la muerte de Serafín, su amigo de toda la vida, que un febrero caluroso fue a caer por una grieta en un glaciar del Domuyo.
Nunca pudo superar aquella infausta jornada, y tampoco la visión de su amigo destrozado en el fondo del abismo. Desde aquel día el dolor le ganó a la razón y anduvo a los tumbos por la vida.
Para colmo de sus males, el calcú Melipillan transformado en chonchón lo acechaba.
-           tué tué… tué tué… - oyó como en sueños, y no supo si aquel grito era real o un producto de su enajenación.
En un esfuerzo colosal, Juaco salió de la habitación para dirigirse corriendo hasta la casa de Melipillan, hacía mucho tiempo que en el pueblo la chusma comentaba por lo bajo que aquel hombre era un calcú.
Sin vacilar empujó la rústica puerta de madera vieja y entró a la habitación con la intención de hallar el ungüento que convertía al calcú en chonchón. Una vez dentro y acostumbrada la pupila a la semipenumbra divisó con horror el cuerpo sin cabeza de Melipillán.
Le llevó un instante reponerse de aquella espantosa visión, bien sabía que al dejar el cuerpo en su casa, Melipillán debería volver a buscar la crema mágica que lo regresaría a su forma humana.
También conocía porque su abuelo le contó, que si el brebaje se perdía o si se destruía, el Chonchón volaría en picada hacia el suelo para matarse, ya que no podría soportar el destino de quedar transformado para siempre.
Melipillan, el chonchón, que observaba cada movimiento de Juaco se lanzó tras él en vuelo veloz.
El desorden y la oscuridad le dificultaban la búsqueda, y el chonchón se acercaba resuelto.
Detrás de unos tarros con azúcar y yerba Juaco encontró el frasquillo con la mixtura; resuelto lo arrojó al fuego.
Al unísono Melipillán se estrelló contra la pared del rancho, a un palmo del hueco de la puerta.
La visión del búho desmembrado en la tierra trajeron a su memoria las imágenes de Serafín muerto en el hielo cordillerano.
Desde aquel día Juaco se hundió cada vez más en su locura.

Mas allá del cristal de mi ventana un abril otoñal rumbea dispuesto hacia el invierno, de lejos llega un grito inconfundible…
-           tué tué… tué tué… -
Nadie puede escapar a la maldición del chonchón.
Cierro la ventana.



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