MELIPILLÁN, EL CHONCHÓN
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Melipillan corrió por el rancho
desordenado en busca de los ungüentos, cuando los hubo hallado, desparramó el
preparado hasta cubrir cada centímetro de su garganta.
La sacudida no tardó en llegar.
Fuertes estremecimientos y convulsiones se apoderaron del calcú.
El menjunje surtió efecto en un
lapso fugaz, la cabeza se desprendió del cuerpo de Melipillan y rodando fue a
dar junto a las patas de la banca. En ese lugar comenzaron a brotarle plumas y
afiladas garras. Las orejas se agrandaron y convirtieron en alas.
Su humano cuerpo descabezado
yacía abandonado al lado del catre revuelto.
El brujo volaba entre los cerros
con rumbo a Chos Malal transformado en chonchón.
- ¡Sin
Dios ni Santa María! - gritaba al vuelo tendido, sintiendo como Lucifer le
otorgaba mayor poder.
Dio varias vueltas alrededor de
la casa de Juaco, su víctima, con la intención de ingresar a la habitación
donde el pobre mortal aliviaba sus achaques.
Furtivo fue a ocultarse entre la
hojarasca, a esperar que el hombre se distrajera para colarse por alguna ventana.
Juaco sufría de locura desde el
día en que el destino lo enfrentó a la muerte de Serafín, su amigo de toda la
vida, que un febrero caluroso fue a caer por una grieta en un glaciar del
Domuyo.
Nunca pudo superar aquella
infausta jornada, y tampoco la visión de su amigo destrozado en el fondo del
abismo. Desde aquel día el dolor le ganó a la razón y anduvo a los tumbos por
la vida.
Para colmo de sus males, el calcú
Melipillan transformado en chonchón lo acechaba.
- tué
tué… tué tué… - oyó como en sueños, y no supo si aquel grito era real o un
producto de su enajenación.
En un esfuerzo colosal, Juaco
salió de la habitación para dirigirse corriendo hasta la casa de Melipillan,
hacía mucho tiempo que en el pueblo la chusma comentaba por lo bajo que aquel
hombre era un calcú.
Sin vacilar empujó la rústica
puerta de madera vieja y entró a la habitación con la intención de hallar el
ungüento que convertía al calcú en chonchón. Una vez dentro y acostumbrada la
pupila a la semipenumbra divisó con horror el cuerpo sin cabeza de Melipillán.
Le llevó un instante reponerse de
aquella espantosa visión, bien sabía que al dejar el cuerpo en su casa,
Melipillán debería volver a buscar la crema mágica que lo regresaría a su forma
humana.
También conocía porque su abuelo
le contó, que si el brebaje se perdía o si se destruía, el Chonchón volaría en
picada hacia el suelo para matarse, ya que no podría soportar el destino de
quedar transformado para siempre.
Melipillan, el chonchón, que
observaba cada movimiento de Juaco se lanzó tras él en vuelo veloz.
El desorden y la oscuridad le
dificultaban la búsqueda, y el chonchón se acercaba resuelto.
Detrás de unos tarros con azúcar
y yerba Juaco encontró el frasquillo con la mixtura; resuelto lo arrojó al
fuego.
Al unísono Melipillán se estrelló
contra la pared del rancho, a un palmo del hueco de la puerta.
La visión del búho desmembrado en
la tierra trajeron a su memoria las imágenes de Serafín muerto en el hielo
cordillerano.
Desde aquel día Juaco se hundió
cada vez más en su locura.
Mas allá del cristal de mi
ventana un abril otoñal rumbea dispuesto hacia el invierno, de lejos llega un
grito inconfundible…
- tué
tué… tué tué… -
Nadie puede escapar a la
maldición del chonchón.
Cierro la ventana.
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