Parecía haber perdido su ferocidad y su incomparable capacidad de atemorizarme.
Más de cuarenta años había pasado en el descuido aguardando el momento preciso.
Anoche, en la soledad de la casa abandonada, en medio de una tormenta de viento de esas que ocurren en la Patagonia, con ramas de olmos y álamos arrastrando por el aire lamentos de machis, aullidos de feroces indios moribundos, con estruendos de sables, lanzas y artillería quebrando vidas para siempre, en medio de gritos agudos de niñas y viejos; anoche descubrí que aún feroz, pese al olvido, debajo de mi cama sigue viviendo el mismo monstruo que habitaba aquel lugar desde mi infancia.
Y volví a saltar al lecho súbitamente temiendo que tocara mis piernas.
MARIO A. ALONSO
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