jueves, 24 de febrero de 2011

UNA CARTA DEL 94 Y UNA HISTORIA DEL SUP MARCOS...

28 de mayo de 1994 

Al semanario nacional Proceso:
Al periódico nacional El Financiero:
Al periódico nacional La Jornada:
Al periódico local de San Cristóbal de Las Casas, Tiempo:

Señores:

Va comunicado sobre el fin, al fin, de las consultas. Además cartas varias con destinatarios diversos.

Nosotros bien... cercados. Resistiendo "heroicamente" el vendaval de reacciones después del evento del 15 de mayo. A los vigilantes aviones ahora se suman, desde hace 3 días, helicópteros. Los cocineros se quejan de que no habrá ollas suficientes si se caen todos al mismo tiempo. El superintendente argumenta que hay suficiente leña para un asado, que por qué no invitamos a algún periodista argentino, que ésos saben hacer asados. Reviso mentalmente y es inútil: los mejores argentinos son guerrilleros (por ejemplo, el Che), o poetas (Juan Gelman, por ejemplo), o escritores (por ejemplo, Borges), o artistas (Maradona, por ejemplo), o cronopios (por siempre, Cortázar), no hay argentinos asadores de duraluminio. Algún ingenuo propone que esperemos las hamburguesas improbables del CEU. Ayer nos comimos la "consola" y dos micrófonos de la XEOCH, tenían un sabor rancio, como de algo podrido. Las sanitarias reparten hojas con chistes en lugar de analgésicos, dicen que la risa también cura. El otro día sorprendí a Tacho y a Moi llorando... de risa. "¿Por qué se ríen?", pregunté. No podían contestar porque las carcajadas les quitaban el aire. Una sanitaria explica apenada: "Es que les duele mucho la cabeza". Día 136 del cerco... (Suspiro)...

Para colmo Toñita me pide un cuento. Le cuento el cuento como me lo contó el viejo Antonio, el padre de aquel Antonio del viento que se levanta en "Chiapas: el Sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía":

"Cuando el mundo dormía y no se quería despertar, los grandes dioses hicieron su asamblea para tomar los acuerdos de los trabajos y entonces tomaron acuerdo de hacer el mundo y hacer los hombres y mujeres. Y llegó en la mayoría del pensamiento de los dioses de hacer el mundo y las personas. Y entonces pensaron de hacer las gentes y pensaron de hacerlas que fueran muy bonitas y que duraran mucho y entonces hicieron a las primeras gentes de oro y quedaron contentos los dioses porque las gentes que hicieron eran brillantes y fuertes. Pero entonces los dioses se dieron cuenta que las gentes de oro no se movían, estaban siempre sin caminar ni trabajar, porque estaban muy pesadas.

“Y entonces se reunió la comunidad de los dioses para sacar acuerdo de cómo van a resolver ese problema y entonces sacaron acuerdo de hacer otras gentes y las hicieron de madera y esas gentes tenían el color de la madera y trabajaban mucho y mucho caminaban y estaban otra vez contentos porque el hombre ya trabajaba y caminaba y ya se estaban de ir para echar alegría cuando se dieron cuenta que las gentes de oro estaban obligando a las gentes de madera a que las cargaran y les trabajaran.

“Y entonces los dioses vieron que estaba mal lo que hicieron y entonces buscaron un buen acuerdo para remediar la situación y entonces tomaron acuerdo de hacer las gentes de maíz, las gentes buenas, las, hombres y mujeres verdaderos, y se fueron a dormir y quedaron las, gentes de maíz, los hombres y mujeres verdaderos, viendo de remedia las cosas porque los dioses se fueron a dormir. Y las gentes de maíz hablaron la lengua verdadera para hacer acuerdo entre ellas y se fueron a la montaña para ver de hacer un buen camino para todas las gentes".

Me contó el viejo Antonio que las gentes de oro eran los ricos, los de piel blanca, y que las gentes de madera eran los pobres, los de piel morena, que trabajaban para los ricos y los cargaban siempre y que las gentes de oro y las gentes de madera esperan la llegada de las gentes de maíz, las primeras con miedo y las segundas con esperanza. Le pregunté al viejo Antonio de qué color era la piel de las gentes de maíz y me enseñó varios tipos de maíz, de colores diversos, y me dijo que eran de todas las pieles pero nadie sabía bien, porque las gentes de maíz, los hombres y mujeres verdaderos, no tenían rostro...

Se murió el viejo Antonio. Lo conocí hace 10 años, en una comunidad muy adentro de la selva. Fumaba como nadie y, cuando se acababan los cigarros, me pedía tabaco y se hacía cigarrillos con "doblador”. Veía mi pipa con curiosidad y, cuando alguna vez intenté prestársela, me mostró el cigarrillo de "doblador" en su mano, diciéndome sin palabras que prefería su método de fumar. Hace unos dos años, en 1992, cuando recorría comunidades haciendo las reuniones para ver si se empezaba la guerra o no, me llegué hasta el pueblo del viejo Antonio. Me llegó a alcanzar Antonio hijo y atravesamos potreros y cafetales. Mientras la comunidad discutía lo de la guerra, el viejo Antonio me tomó del brazo y me condujo hasta el río, unos 100 metros más abajo del centro del poblado. Era mayo y el río era verde y de discreto cauce. El viejo Antonio se sentó en un tronco y nada dijo. Después de un rato habló: "¿Lo ves? Todo está tranquilo y claro, parece que no pasa nada..." "Mmmh", le dije, sabiendo que no esperaba ni un sí ni un no. Después me señaló la punta de la montaña más cercana. Las nubes se acostaban, grises, en la cúspide y los relámpagos quebraban el azul difuso de las lomas. Una tormenta de las de adeveras, pero se veía tan lejana e inofensiva que el viejo Antonio empezó a liar un cigarrillo y a buscar inútilmente un encendedor que no tenía, sólo el tiempo suficiente para que yo le acercara el mío. "Cuando todo está en calma abajo, en la montaña hay tormenta, los arroyos empiezan a tomar fuerza y toman rumbo hacia la cañada", dijo después de una bocanada. En la época de lluvias este río es fiero, un látigo marrón, un temblor fuera de cauce, es todo fuerza. No viene su poder de la lluvia que cae en sus riberas, son los arroyos que bajan de la montaña los que lo alimentan. Destruyendo, el río reconstruye la tierra, sus aguas serán maíz, frijol y panela en las mesas de la selva.

"Así es la lucha nuestra", me dice, y se dice el viejo Antonio. "En la montaña nace la fuerza, pero no se ve hasta que llega abajo". Y, respondiendo mi pregunta de si él cree que ya es tiempo de empezar, agrega: "Ya es el tiempo de que el río cambie de color..." El viejo Antonio calla y se incorpora apoyándose en mi hombro. Regresamos despacio. Él me dice: "Ustedes son los arroyos y nosotros el río... tienen que bajar ya..." Sigue el silencio y llegamos a la champa cuando ya oscurecía. Antonio hijo regresa al rato con el acta de acuerdo que decía, palabras más o menos:

"Los hombres y las mujeres y los niños se reunieron en la escuela de la comunidad para ver en su corazón si es la hora de empezar la guerra para la libertad y se separaron los 3 grupos o sea las mujeres, los niños y los hombres para discutir y ya luego nos reunimos otra vez en la escuelita y llegó su pensamiento en la mayoría de que ya se empiece la guerra porque México ya se está vendiendo con los extranjeros y el hambre pasa pero no pasa que ya no somos mexicanos y en el acuerdo llegaron 12 hombres y 23 mujeres y 8 niños que ya tienen bueno su pensamiento y firmaron los que saben y los que no ponen su dedo."

Salí en la madrugada, el viejo Antonio no estaba, temprano se fue al río.

Volví a ver al viejo Antonio hace unos dos meses. Nada dijo cuando me vio y me senté a su lado y, con él, me puse a desgranar mazorcas de maíz. "Se creció el río", me dijo después de un rato. "Sí", le dije. Le expliqué a Antonio hijo lo de la consulta y le entregué los documentos donde vienen nuestras demandas y las respuestas del gobierno. Hablamos de cómo le había ido en Ocosingo y, de nuevo en la madrugada, salí de regreso. En un recodo del camino real me estaba esperando el viejo Antonio, me detuve a su lado y bajé la mochila buscando el tabaco para ofrecerle. "Ahora no", me dijo rechazando la bolsa que le tendía. Me apartó de la columna y me llevó al pie de una ceiba. "¿Te acuerdas de lo que te conté de los arroyos en la montaña y el ríos", me preguntó. "Sí", respondí con el mismo murmullo con el que me preguntaba. "Me faltó decirte algo", agrega él mirándose la punta de los pies descalzos. Respondí en silencio. "Los arroyos...", se detiene por la tos que domina el cuerpo, toma un poco de aire y continúa: "Los arroyos... cuando bajan...", un nuevo acceso de tos que me hace llamar al sanitario de la columna; él rechaza al compañero de la cruz roja en el hombro; el insurgente me mira y le hago una seña para que se retire. El viejo Antonio espera a que se aleje la mochila de medicinas y, en la penumbra, sigue: "Los arroyos... cuando bajan... ya no tienen regreso... más que bajo tierra". Me abraza rápido y rápido se va. Yo me quedo viendo cómo se aleja su sombra, enciendo la pipa y cargo la mochila. Ya en el caballo recuerdo la escena. No sé por qué, estaba muy oscuro, pero el viejo Antonio... me pareció que lloraba...

Ahora me llega la carta de Antonio hijo con el acta del poblado con su respuesta a las propuestas del gobierno. Me dice Antonio hijo que el viejo Antonio se puso muy grave de pronto, que ya no quiso que me avisaran y que esa noche se murió. Dice Antonio hijo que, cuando le insistían en que me avisarían, el viejo Antonio sólo dijo: "No, ya le dije lo que tenía que decirle... Déjenlo, ahora tiene mucho trabajo..."

Al terminar el cuento, Toñita, de 6 años y dientes picados, me ha dicho, con gran solemnidad, que sí me quiere pero que ya no me va a dar besos porque "mucho pica". Rolando dice que, cuando tiene que ir al puesto de sanidad, Toñita pregunta si está el Sup. Si le dicen que sí está, entonces no va a la enfermería. "Porque ese Sup puros besos quiere y mucho pica", dice la inapelable lógica de los 6 años y; dientes picados que, del lado de acá del cerco, lleva el nombre de "Toñita".

Acá empiezan a insinuarse las primeras lluvias. Menos mal, pensábamos que tendríamos que esperar los camiones antimotines para tener agua.

Ana María cuenta que la lluvia viene de las nubes que se pelean en lo alto de las montañas. Lo hacen así para que los hombres y mujeres no vean esas disputas. Las nubes inician su fiero combate, con eso que llamamos truenos o relámpagos, en la cumbre. Armadas de infinidad de ingenios, las nubes pelean por el privilegio de morirse en lluvia para alimentar la tierra. Así somos nosotros, sin rostro como las nubes, como ellas sin nombre, sin pago alguno... como ellas peleamos por el privilegio de ser semilla en la tierra...

Vale. Salud y un impermeable (para las lluvias y para los motines).

Desde las montañas del Sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos

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